Artículo de Pilar Padilla sobre su experiencia en Playa del Carmen....

lunes, 28 de junio de 2010

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Mi experiencia con la Terapia Colaborativa en el Instituto de Verano 2008 en Playa del Carmen

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Volví de Playa Del Carmen con un tesoro preciado.

Cuando a principios del año pasado, Ana D’urso; mi amiga y maestra puso en mis manos el libro “Conversación lenguaje y posibilidades” de Harlene Anderson, no imaginé las consecuencias que ello iba a tener.

En aquel momento tenia 37 años, casada hace 19 y con 4 hijos, tenía una profesión que crecía en cantidad de pacientes y en beneficios de todo tipo. Sin embargo, una cosa me turbaba: me sentía agotada y físicamente débil, lo cual desembocaba en constantes enfermedades.

Estudiaba mucho y, aunque progresaba profesionalmente, sentía que todo lo que sabía era poco, y que necesitaba seguir absorbiendo más conocimientos para brindar la respuesta perfecta para cada caso. Así fue como incursioné en el psicoanálisis, en la Evaluación Psicológica, en la terapia familiar, en la logoterapia y en la terapia cognitiva.

Todo lo que aprendía me fascinaba pero había algo en la relación terapéutica que me generaba mucho malestar y verdaderamente no podía ponerlo en palabras, no lo entendía, solo podía enfermarme y sentirme exhausta.

Una explicación a lo que me pasaba la encontré leyendo a Michael White, el influyente terapeuta Australiano, creador de la Terapia Narrativa, quien en su libro dedicado a los terapeutas (el cual me presto mi amiga Marilene Grandesso en Playa) sostiene que cuando los profesionales están pasando por el síndrome del desgaste profesional o Burn Out, se comienza a producir una desintegración entre los conocimientos académicos, profesionales y los que provienen de la vida cotidiana. Y lo expresa de esta manera:

“Cuando una persona ingresa en la cultura de las disciplinas profesionales, se enfrenta a un cambio en cuanto a qué conocimiento se considera importante, ya que esta cultura produce conocimientos característicos, altamente especializados y formales que constituyen sistemas para el análisis de las expresiones vitales de las personas, vistas a través de los comportamientos. Estos sistemas de análisis brindan a los profesionales un acceso privilegiado a la verdad objetiva de esas expresiones. En esta cultura, las maneras de conocer el mundo que se vinculan con los discursos más populares y locales de las comunidades “legas” son marginadas y con frecuencia descalificadas. Prácticamente no cuentan como legítimos dentro de las culturas de las disciplinas profesionales. (El enfoque narrativo en la experiencia de los terapeutas, Pág. 28).

Siguiendo con su idea, él se pregunta qué efecto tiene sobre la vida del terapeuta la formalización de conocimiento y la profesionalización de las pertenencias sociales, y responde:

“Al formalizarse el conocimiento, se generan diferencias entre las personas en cuanto al conocimiento que poseen. Una clase de conocimiento que tiene pretensiones modestas (local, particular y cercano a la experiencia) cede el paso a una clase de conocimiento que tiene pretensiones faltas de modestia (global, universal y distante de la experiencia) (…) El conocimiento requerido siempre está más allá del horizonte alcanzable. En esta cultura de la psicoterapia, los terapeutas encuentran muy difícil escapar a la sensación de que no han llegado a saber lo que hay que saber. Como consecuencia, las vidas de los terapeutas son “descriptas magramente” y esto reduce significativamente las alternativas para la acción en la vida en general y más específicamente en el “trabajo”. Para muchos el resultado es la des-integración (dis-memberment) que contribuye a la perdida de la propia historia y de un determinado sentimiento de identidad (Pág. 35)”.

Hace cinco años, cuando entré en contacto con la terapia familiar, se agudizó mi necesidad de saber cada vez más, ya que en esta práctica tanto las intervenciones como las hipótesis que se manejan son geniales y brillantes y a veces sorprendentes (por lo menos con las personas con quienes tuve la oportunidad de trabajar).

Siempre fascinada con el contenido pero, de nuevo, aparecía ese malestar con la relación terapéutica que me generaba incomodidad. Sentía que no había escapatoria ni alternativa, que así debía ser.

Todo lo que había estudiado y experimentado siempre hablaba de una relación en la cual el terapeuta es el que sabe y el paciente, (quien busca ayuda cuando siente que sus recursos son insuficientes para resolver una situación problemática), es el que se somete (a veces silenciosamente y otras de un modo inquisidor) ante un profesional que sabe lo que le pasa y cómo resolverlo.

Me enteré que Harlene Anderson (la misma autora del libro que había leído meses antes y que causó tan profundo impacto en mi) impartía un Taller de Terapia Colaborativa en Playa del Carmen, México.

Y en busca de nuevos horizontes, sin dudarlo, me fui.

Era la única participante Argentina.

Estaba lista para recibir.

Recibir conocimientos, ayuda, consejos, e inclusive lo que más quería recibir era una teoría que me contenga, ya que sabia que, de todo lo que había estudiado y practicado, ninguna corriente psicológica me contenía plenamente, o mejor dicho me satisfacía plenamente.

Después de una semana intensa de estudiar y vivenciar experiencias nuevas, de conocer personas de todo el mundo, con sus distintos idiomas, culturas, religiones, idiosincrasias, formas de vestirse, de hablar, de moverse y hasta de mirar, volví a casa llena de planteos, ideas y cuestionamientos. Como con un regocijo que me cuesta describir pero que tiene que ver con una liberación a ciertas ataduras que no sabia que tenía.

Lo que pasa es que estamos atravesados por lo cultural y realmente no siempre nos damos la oportunidad de detenernos a pensar acerca de cosas que están instaladas como obvias dentro de nuestra cultura, ya que hacerlo sería como pasar de suelo firme a arenas movedizas, y bueno… esto causa un cierto malestar, o por lo menos incertidumbre, y si hay algo que nos caracteriza a los seres humanos, es justamente le eterna búsqueda de certezas, que nos brinden seguridad.

Los pensamientos que más afloraban una y otra vez estaban relacionados con el hecho de observar y experimentar que las terapeutas más relevantes, compartían con aquellas más noveles todas las actividades de igual a igual, no sólo lo relacionado con lo académico, sino también con la personal; por ejemplo, una mañana Harlene Anderson se sentó a desayunar conmigo y establecimos una conversación muy cómoda, al igual que con la “dulce y sencilla” Lynn Hoffman, quien en una conversación sincera y profunda, (estando yo angustiada) se ofreció a ser mi abuela, justificando tal ofrecimiento con estas palabras “cuando hay una familia por detrás, ningún problema es demasiado grave” . Palabras que aún resuenan en mis oídos un año después.

O cuando era el momento de salir a almorzar o a pasear, no había jerarquías, como no las hubo en ningún momento de la semana que duró el taller.

Yo estaba muy sorprendida por eso, ya que provengo de una provincia, pero especialmente de un país donde tener mayor conocimientos académicos que otros parece que es el primer paso para ser un terrible engreído, ¡y qué decir si ello va acompañado con algún título que diga cuán sabiondo somos!

Desde este abordaje, el terapeuta se coloca en una posición de genuino interés y respeto por el paciente y pretende generar conversaciones, diálogos que puedan ser útiles que enriquezca las descripciones de sus vidas y que generen nuevas posibilidades. Los pacientes son los verdaderos expertos en sus vidas. El terapeuta deja de lado sus conocimientos, saberes, juicios y prejuicios (posición de “no saber”) dejando espacio para que surja la complejidad, singularidad y riqueza de las personas y sus experiencias dentro de la conversación terapéutica. El terapeuta se propone estar pendiente de sus sesgos y ser transparente o “público” respecto a éstos.

Dice Harlene Anderson:

“En cuanto relación, la terapia tiene tanto que ver con quiénes somos los terapeutas- y quiénes somos en esa relación- como con los miembros de la familias o de cualquier sistema cliente-, y quiénes son en relación al terapeuta. Tiene tanto que ver con nuestras auto-narrativas, con la forma con que nos definimos como personas y nuestras identidades como terapeutas, como con las autodefiniciones e identidades del cliente. El aspecto más importante de las relaciones humanas parte del propio ser. Lo que distingue a todos los enfoques terapéuticos posmodernos es una nueva definición y perspectiva del propio ser (self).

En realidad esto me hizo sentir muy cómoda y, finalmente, era un modo de comportamiento coherente con su teoría. Si cada uno es experto en su propia vida, en definitiva, todos los que participábamos éramos expertos, entonces estábamos en igualdad de condiciones, como estamos siempre en todas las circunstancias de la vida, con todas las personas…sólo que a veces hemos tenido el atrevimiento de creer que estamos por encima de alguien.

Todo esto me llevó a replantear mi lugar en el consultorio y dentro de casa donde a veces las actitudes son competitivas (en donde sólo uno gana), y no cooperativas o colaborativas (en donde ganamos todos). E inclusive me acordé de una vez que una paciente había ingresado al consultorio por primera vez y me estaba contando su florida sintomatología ansiosa, entonces yo corté su discurso diciendo: “No se preocupe, ya la entendí,”, sin permitirle que continúe con su explicación acerca de su padecimiento.

Lo que pasó fue que yo rápidamente la pude incluir dentro del diagnóstico de “Trastorno por estrés postraumático”, entonces se suponía que ya sabía cuáles eran los pasos a seguir, por lo tanto no necesitaba que me siga relatando sus síntomas.

Hoy me acuerdo de aquel suceso y siento vergüenza.

Por una lado y principalmente, siento vergüenza por no haber permitido hablar a una persona cuando lo estaba necesitando; por otro lado, vergüenza de haberme quitado la oportunidad de escucharla, porque aunque tuviera claramente un diagnóstico en mi cabeza, no pude darme cuenta de que cada persona es única, y su caso tiene características particulares, yo rápidamente lo había incluido dentro de una bolsa en la que había un montón de casos iguales, y en tercer lugar, vergüenza por haber mostrado que lo que yo tenía para decir era más importante que lo de ella. Y creo que para mí, esa fue la mayor vergüenza.

Y, volviendo al tema de las jerarquías, comencé a preguntarme qué está pasando con nosotros, en nuestras familias, entre los amigos, entre los esposos, entre los médicos con sus pacientes, los padres con sus hijos, los vendedores con los clientes, los gobernantes con los ciudadanos, los jefes con los empleados, es decir, en todas nuestras relaciones significativas y vitales, ¿qué nos está pasando que salimos desconformes? ¿por qué no nos sentimos escuchados y valorados?

Honestamente, yo creo que tiene que ver con una cuestión relacionada con el mal uso del poder, de la jerarquía.

Estoy segura que cuando uno cree ser mejor, saber más, poder más, se va alejando de las relaciones sinceras, cercanas, cotidianas, modestas, y se comienza a crear una distancia en las realidades de cada lado, que parecen murallas chinas, que marcan claramente un lado y el otro.

En Playa he descubierto que ese saco de la jerarquía y del poder, a mi no me cabe, y que el saco de la igualdad me hace sentir mucho más cómoda y, además, hago sentir también más cómoda a la gente con la que me relaciono, porque no importa tanto cuál o cuánto sea su saber o su experiencia, importa mucho más que es una persona única con saberes y experiencias únicos, y que valen simplemente porque son suyos, con el mismísimo valor que los míos y los de cualquier otra persona que pise esta tierra

Confieso que, por primera vez en mi vida profesional, sentí que había encontrado un alma gemela. Alguien que concebía la posición del terapeuta, el proceso de la terapia y el sistema terapéutico exactamente como yo lo concebía.

Con Ana D’urso y Celina Viñuales hemos formado un equipo terapéutico en el Hospital Carrillo de Yerba Buena donde trabajamos con familias, parejas e individuos. Ana conduce las sesiones y en cada intervención tiene la generosidad de preguntarnos qué pensamos y si queremos aportar algo. Celina a veces interviene ofreciendo sus aportes pero yo jamás lo había hecho porque pensaba: “¿qué puedo yo aportar que sea más interesante, novedoso o brillante de lo que Ana dijo?” Lógicamente que siendo coherente con este pensamiento, mis aportes eran nulos.

Actualmente, comprendí que a veces contar una experiencia similar con la cual el paciente se pueda identificar, alguna palabra no genial pero sincera, o un punto de vista alternativo puede ser más útil para el paciente que una gran interpretación o una brillante devolución. A partir de entonces, opino con mucho gusto y no importa si mi intervención es perfecta o no, sólo importa que le sea útil al consultante y eso es algo que no puedo manejar, definir ni determinar. Uno nunca sabe lo que el cliente puede tomar de lo que uno aporta, esta idea permitió liberarme y soltar una creatividad que no conocía en mí.

He podido integrar el profesional y el ser humano dentro de mí. Y he podido experimentar mi vida personal y profesional con alegría y libertad, entendiendo que ningún conocimiento es “el verdadero conocimiento”, sino un conocimiento más dentro de los que he incorporado y que seguiré incorporando a lo largo de mi vida, y que éste sólo tiene sentido dentro de una relación terapéutica, que sea significativa, que este signada por el respeto más absoluto y que me brinde la oportunidad de reflexionar para generar nuevas posibilidades.

Este es mi tesoro…lo he encontrado cerca del mar y lo quiero compartir con ustedes.

Gracias

PILAR PADILLA

Tucumán, Argentina

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